Civilización, la Muerte del Arte y de la Belleza
COMENTARIOS DE SÍNTESIS DE TEOSOFIAES: En este artículo HPB critica - justificadamente- la civilización bárbara occidental, y la emulación que hace Oriente de Europa, para su desgracia (La China actual quiere superar a Occidente en materialismo y tiranía, a este paso lo va a conseguir...). HPB considera que el llamado " progreso" no es tan bueno como lo venden y que éste es sinónimo de egoísmo y materialismo. Esta engreída civilización fomenta -a grandes rasgos- la codicia (el consumismo del siglo XX-XXI es más escandaloso que el del siglo XIX), el vacío de ideales espirituales, el narcisismo, el crímen, la destrucción de la naturaleza, y otras miserias.
Profecías de HPB: 1) El materialismo se adueña del arte, predomina la especulación antes que la belleza. 2) Un nuevo modelo de belleza física es la extrema delgadez -HPB no pudo adivinar la aparición de trastornos alimentarios como la anorexia que se nutre de cánones de belleza enfermizos o antinaturales). 3) "La civilización ha alcanzado su hora final", la civilización omniarrasadora, ¡si¡, esto lo dice HPB. 4) Los climas están cambiando... 5) Promiscuidad y libertinaje del " hermoso país" de España... (obviamente, sucede lo mismo en otros países), también critica las corridas de toros que son una carnicería que no apoya ningún teósofo sensato. 6) La religión se convierte en pura hipocresía, dice que los cristianos modernos son racistas y sectarios.7) Critica la esclavitud y su nueva forma " la explotación laboral". 8) Habla de drogas como el opio y otros vicios. ETC, ETC...
Si HPB viera como está el mundo hoy (2022) se horrorizaría más si eso es posible, pues posiblemente se encuentra al borde de la aniquilación o destrucción física, -dicho esto sin ánimo de alarmar a nadie-, no lo digo yo, lo dice A.Guterres, Secretario General de la ONU.
En resúmen: los múltiples problemas del mundo moderno " no civilizado" tienen raíces espirituales, combatiendo al materialismo, su ignorancia-ateísmo y falsedades se podría corregir a la descarriada humanidad, y esto es precisamente lo que hace la Teosofía y este Blog TEOSOFIAES.
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Civilización, la muerte del arte y de la belleza
En una entrevista al encomiado violinista húngaro, M. Remenyi, el periodista de “Pall Mall Gazette” transcribe la narración del artista concerniente a algunas experiencias interesantes que tuvo en el Lejano Oriente. Según su relato: “Fui el primer artista europeo que jamás tocó en presencia del Micado de Japón”. Sin embargo, el violinista, remitiéndose a lo que siempre ha sido artículo de profunda pena para todo amante de lo artístico y de lo pintoresco, agrega:
El 8 de Agosto de 1886, me presenté frente a Su Majestad, desafortunadamente, un día memorable por el cambio de vestuario dispuesto por la Emperatriz. En esa jornada, ella misma, abandonando la exquisita belleza de los ropajes femeninos japoneses, apareció, por primera vez en mi concierto, en un vestido europeo y al verla, mi corazón sufrió. Si hubiese sido impávido, la hubiera acogido con un gran gemido desesperado entonado por mi violín itinerante. Seis damas la acompañaban, caminando con infinita gracia y encanto, ataviadas con vestidos autóctonos.
¡Ay! ¡Sin embargo, esto no es todo! Veamos lo que dice del Micado, este personaje hasta la fecha sagrado, misterioso, invisible e inalcanzable.
¡El mismo Micado traía puesto el uniforme de un general europeo! En aquel período, la etiqueta de corte era tan severa, que me informaron, anticipadamente, que no se podía permitir la entrada a la sala de su Majestad a mi acompañante. Tuve un buen sucedáneo en mi ambajador, Conde Zalusky, el cual, habiendo sido un discípulo de Liszt, podía acompañarme. Usted se quedará estupefacto cuando le diga que, habiendo escogido, como primera pieza en el programa, mi transcripción para violín en C agudo menor polonesa por Chopin, un segmento musical de sumo valor intrínseco y de reconditeces poéticas, el Emperador, una vez terminada la composición, indicó al Conde Ito, su primer ministro, que se repitiera. El gusto de los japoneses es impecable. Me cobijaron de regalos cuyo valor es incomensurable, es suficeinte decir que uno de ellos era un estuche bornizado de oro del siglo diecisiete. Toqué en Hong Kong y en las afueras de Cantón; ya que no se le permite a ningún europeo vivir en el interior. Ahí emprendí una interesante excursión a la posesión portuguesa de Macao visitando la cueva donde Camoëns escribió su “Lusiad.” Fue interesante notar que en la perifería de la ciudad china de Macao, se perfilaba una ciudad europea portuguesa que hasta la fecha se ha conservado intacta desde el siglo dieciséis. En el medio de la exquisita vegetación tropical de Java y no obstante el calor asfixiante, ejecuté 62 conciertos en 67 días, viajando por toda la isla, observando sus antigüedades: la principal de las cuales es un templo budista muy hermoso, el Boro Budhur o los Muchos Budas. Este edificio contiene tantas imágenes que se extienden por seis millas y es un sólido bloque de piedra más amplio que las pirámides. Los habitantes de Java cuentan con una orquesta extraordinariamente melodiosa en el Samelang nacional, la cual consiste de 18 instrumentos de percusión tocados por 18 personas. Sin embargo, a fin de oír esta orquesta con su más atípico coro oriental y danzas extáticas, se debe tener el privilegio de ser invitado por el Sultán de Solo, “el Unico Emperador del Mundo.” No he visto ni oído nada más maravilloso y poético que las Serimpis danzadas por nueve princesas reales.
¿Dónde están los estetas de hace algunos años? ¿O esta pequeña confederación de amantes del arte era únicamente una de las burbujas de jabón de nuestro fin de siglo, imbuída de promesas y sugerencias de muchas posibilidades, pero muerta en lo que concierne a las obras y a la acción? O si entre ellos, aún existen algunos verdaderos amantes del arte, por qué no se organizan eviando misioneros por todo el mundo a fin de asesorar, al Japón pintoresco y a otros países en víspera de caer víctimas, que emular la cultura y la fascinación aleatorias europeas, implica el suicidio para una tierra no cristiana. Quiere decir el sacrificio de la propia individualidad por un boato de sombras vacuas y, en la mejor de las hipótesis, es trocar el original y el pintoresco por el vulgar y el repugnante. En realidad, ha sonado la hora de que se tomen algunas medidas en esta dirección antes de que la civilización mistificadora de las naciones engreídas más recientes, haya irrecuperablemente hipnotizado las razas más antiguas haciéndolas sucumbir mediante las estratagemas de sus árboles upas y su presunta superioridad. De otra manera, muy pronto desaparecerán las artes de antaño, las creaciones primorosas y cualquier cosa original y única en su género. Ya están evaporándose los vestidos nacionales, los hábitos seculares y todo lo que es bello, primoroso y que vale la pena preservar. ¡Ay! quizá muy pronto las mejores reliquias pretéritas se puedan únicamente encontrar en los museos, en tristes ejemplares preservados en vitrinas.
Esta es la obra y el resultado inevitable de nuestra moderna civilización. En realidad, sus efectos visibles son superficiales, bajo la forma de “bendiciones” que presuntamente ha otorgado al mundo, mientras sus raíces están podridas hasta el meollo. Su progreso ha suscitado el egoísmo y el materialismo, las dos más grandes maldiciones de las naciones y además, el materialismo, muy seguramente conducirá a la aniquilación del arte y de la apreciación de lo que es verdaderamente harmonioso y bello. Hasta la fecha, el materialismo se ha simplemente encauzado hacia una tendencia universal a la unificación en el plano material y a una diversidad correspondiente en aquel del pensamiento y del espíritu. Esta tendencia universal induce a la humanidad a aspirar o más bien, a gravitar en el nivel más ínfimo de todos: el plano de la vacua apariencia. A fin de realizar ésto, se vale de la ambición y de la codicia egoísta de la gente, fomentándola en una incesante búsqueda para alcanzar la riqueza y el obtenimiento, a cualquier precio, de las presuntas bendiciones de esta vida. El materialismo y la indiferencia hacia todo, exceptuando la realización egoísta de acumular riqueza y poder y una profusa inoculación de la vanidad nacional y personal, han, gradualmente, conducido a las naciones y a los seres humanos casi al completo olvido de los ideales espirituales, del amor por la naturaleza y de la correcta apreciación de las cosas.
Nuestra civilización occidental, análogamente a una lepra horrible, ha contaminado todas las partes del globo, endureciendo el corazón humano. Su pretexto inveraz y mistificador es: “la salvación del Alma.” Cuando en realidad, el verdadero propósito es la codicia para recabar una pingüe ganancia vendiendo opio, ron y difundir los vicios europeos. En el Extremo Oriente ha infectado a las clases altas de los “paganos” con el espíritu de emulación, excepción hecha por China, cuyo conservadurismo nacional se merece nuestro respeto.
Mientras en Europa ha establecido la moda ¡aún entre el proletariado escuálido y hambriento! En los últimos treinta años, parece que un espíritu malvado dispuesto a tentar a la humanidad, haya contemplado una reversión aparente y engañadora hacia el tipo ancestral, que la teoría darwiniana asignó a la humanidad en sus caraterísticas morales y físicas, pues, casi toda raza y nación bajo el sol en Asia, se ha desenfrenado en su paroxismo por emular a Europa. Si a ésto le agregamos un conato frenético por la completa destrucción de la naturaleza y de todo vestigio de las civilizaciones antiguas que nos superaban en las artes, la piedad y la apreciación de lo grandioso y de lo harmonioso, es obvio que resulten estas calamidades nacionales. Por lo tanto, actualmente, notamos que el Japón artístico y pintoresco sucumbe a la tentación de justificar la “teoría del mono”; ya que su población emula, de manera simiesca, a la artificial Europa conduciendo el país al mismo nivel de codicia e hipocresía de esta última. Desde luego, Europa es, ciertamente, todo lo antedicho. Es hipócrita y mistificadora a partir de sus diplomáticos hasta los custodios de la religión, desde sus leyes políticas hasta aquellas sociales. Su codicia y brutalidad trascienden cualquier expresión en sus caraterísticas injerentes. Aún, existen personas que se maravillan del degrado paulatino del verdadero arte, ¡cómo si éste pudiese subsistir desprovisto de imaginación, fantasía y una justa apreciación de lo bello en la naturaleza o sin poesía y elevadas aspiraciones religiosas y por lo tanto, metafísicas! Según se dice, cada año las galerías de cuadros y esculturas disminuyen en calidad y aumentan en cantidad. La gente se queja que, mientras existe una profusa producción ordinaria, prevalece una gran escasez de cuadros y estatuas notables. ¿No es ésto atribuible, ostensiblemente, a los hechos de que: (a) muy pronto los artistas se beneficiarán de modelos no mejores que la naturaleza muerta como fuente de inspiración y (b) que el interés eje no es la creación de objetos artísticos, sino sus rápidas ventas y ganancias. Bajo estas condiciones, la caída del verdadero arte es simplemente una consecuencia natural. La marcha triunfal y la invasión de la civilización sacrifican el trinomio naturaleza, ser humano y éticas, convirtiendo rápidamente la primera en artificial.
Los climas están cambiando y muy pronto la superficie de todo el globo terráqueo se alterará. Bajo las manos asesinas de los pioneros de la civilización, la completa destrucción de forestas primordiales está causando el secamiento de los ríos. La apertura del canal de Suez ha cambiado el clima de Egipto, mientras el canal de Panamá desviará el curso de la Corriente del Golfo. Los países tropicales casi están llegando a tener un clima frío y lluvioso, mientras sobre las tierras fértiles se cierne la amenaza que se transformen en desiertos arenosos. En algunos años, en un radio de cincuenta millas alrededor de nuestras metrópolis, no permanecerá un solo sitio rural que la especulación vulgar no haya violado. Diariamente, lo grotesco y lo artificial suplantan el panorama pintoresco y natural. Escasos son los paisajes de la hermosa naturaleza inglesa que no se hayan desvirtuado con publicidad de jabón y otros productos. El humo, los olores de las untuosas máquinas del tren y los efluvios mefíticos del gin, del whiskey y de la cerveza, están contaminando el aire cristalino del campo. Una vez que todo lugar natural del paisaje circundante haya desaparecido y la vista del pintor se encuentre circunscrita sólo a los productos artificiales y horribles de la especulación moderna, al gusto artístico se le deparará el mismo destino: desaparecerá con el panorama natural.
Ruskin, hablando del arte dice: “Ningún ser jamás trabajó ni trabajará bien si no acude a la vista efectiva o a la vista de la fe.” Por lo tanto, los primeros veinticinco años del próximo siglo, presenciarán a paisajistas que nunca vieron un acre de tierra libre del mejoramiento humano. Mientras en el caso de los retratistas, sus ideas acerca de la belleza femenina estribarán en mujeres con cinturas en forma de avispa, comprimidas en corsé, sin senos y tísicas. Seguramente, estas modelos no son las musas que inspiraron un cuadro que Horacio define: “un poema sin palabras.” Las parisienses y las londinenses cokcneys que emulan a las mujeres del campo italianas o las beduinas arabes, jamás podrán sustituir el artículo genuino. Además, gracias a la “civilización”, tanto las beduinas como las campesinas italianas, están rápidamente convirtiéndose en cosas obsoletas.
En el próximo siglo, ¿dónde encontrarán, los artistas, modelos genuinas, cuando los abrigos y los sombreros europeos adornen los conjuntos de nomadas libres del desierto y quizá todas las tribus africanas o lo que permanecerá de ellas después de la masacre efectuada por los cánones, el ron y el opio del civilizador cristiano? Por lo tanto, es evidente que ésto es lo que precisamente se depara para el arte bajo el progreso beneficioso de la civilización moderna.
¡Ay! Ufanémonos de las bendiciones de la civilización de todos modos. Pavoneémonos de nuestras ciencias y de los grandes descubrimientos de la edad, sus logros en las artes mecánicas, sus ferrocarriles, sus teléfonos y baterías eléctricas. Sin embargo, no olvidémos adquirir, pagando precios exorbitantes, los cuadros y las estatuas primorosas de los bárbaros incivilizados de la antigüedad y del medioevo, ya que jamás se volverán a reproducir. La civilización ha alcanzado su hora final. Se ha asestado el golpe mortal a las artes antiguas y la última década de nuestro siglo está ensamblando el mundo al funeral de todo lo que era grandioso, genuino y original en las civilizaciones de antaño. Oh amantes del arte, ¿Hubiera Rafael creado una sóla de sus numerosas Madonnas si hubiese tenido, como fuente de inspiración para su genio, sólo las modelos actuales o las Virgenes en los rincones de la Italia moderna en crinolinas y botas con tacones altos, en lugar de la Fornarina y de las mujeres voluptuosas como Juno de la zona Trastevere de Roma? O Andrea del Sarto ¿hubiera producido su famosa “Venus y Cupido” inspirándose en una chica de la clase trabajadora del West End londinense, una de las últimas víctimas de la moda que, bajo la sombra de un gigantesco sombrero a la mosquetera lleno de plumas como la cabeza de un jefe indio, se guarece una mocosa granujienta de los barrios pobres? Y Ticiano ¿cómo hubiera podido inmortalizar a las damas venecianas de las clases patricias con la cabellera áurea, si hubiese sido constriñido a moverse por toda su vida en la sociedad de nuestras “bellezas profesionales” actuales, las cuales, tiñéndose el cabello color paja, lo transforman en el pelo de un gato de Angora? No sería una híperbole impávida afirmar, con la máxima confianza, que jamás el mundo hubiera tenido la Atena Limnia de Phidias, aquel ideal de la belleza en cara y forma, si Aspasia, la Milese, o las hermosas hijas de Hella, ya sea en los días de Pericles o en otros, hubiesen desfigurado esa “forma” con almohadilla y cubierto la “cara” con polvo blanco, siguiendo la moda de las momias de los difuntos egipcios. Lo mismo se nota en la arquitectura. Ni siquiera el genio de Miguel Angel hubiera podido evitar el golpe mortal asestado por la vista de la Torre Eiffel o el Albert Hall, o el aún más horrible Albert Memorial. Al mismo tiempo, ¡tampoco la actual condición de degrado y de restauro del Coliseo y del Palacio de los Cesares, hubiera podido inspirarle ideas sugestivas!
En nuestros días de civilización, ¿a dónde podríamos ir para encontrar lo natural o simplemente lo pintoresco? ¿Todavía a Italia, Suiza o España? La bahía de Napoles, gracias a ese espíritu de emulación que ha infectado al globo terráqueo, ha perdido sus características más primorosas y originales, aún cuando sus aguas fuesen tan azules y transparentes como en el día en que la gente de Cuma eligió su ribera para afincar una colonia y sus panoramas circunstantes fuesen gloriosamente hermosos como siempre. Está desprovista de sus languidas, escuálidas, sin embargo intensamente pintorescas, figuras de antaño. Carece de sus lazzaroni y barcaioli, sus pescadores y campesinas. Hoy, en lugar del gorro Phrigio antiguo, rojo y azul y las siluetas estatuarias de las campesinas semidesnudas en andrajos poéticos, vemos solamente las caricaturas de la civilización y de la moda moderna. El sonido de la alegre tarantella no reverbera más en las arenas frescas iluminadas por la luna, en su lugar tenemos la cuadrilla moderna en los restaurantes con luz de gas e imbuídos con un mordiente olor a licor de enebro. La inmundicia aún llena la ciudad como en el pasado; pero resulta ser más evidente en el abrigo gastado y en el gorro un tiempo en boga y ahora pasado de moda, que los napolitanos, un tiempo pintorescos, han recuperado en las zanjas de los hoteles para adornar sus cabezas despeinadas. Los caracteres pintorescos han desaparecido y no existe nada que distinga al lazzarone napolitano del gondoliere veneciano, del bandido calabrese o del basurero y del desamparado londinense. Las aguas inmóviles e iluminadas por el sol del Canal Grande no acogen más sus góndolas que durante los días festivos se atestaban de venecianos vestidos alegramente, con barqueros y chicas pintorescos. La góndola negra, que silenciosamente se delsliza por las aguas bajo los balcones bien entallados de los antiguos palacios patricios, en lugar de ser como aquella de hace treinta años, ahora se asemeja a un ataúd flotante con un remero austero vestido de negro que, remando, la conduce hacia la Estigia. Venecia tiene un aspecto más melancólico ahora que cuando se encontraba bajo el yugo de los austríacos de los cuales Napoleón III la liberó. Una vez en tierra firme, es difícil distinguir entre el gondoliere y su pasajero, un parlamentario británico que transcurre sus vacaciones en la antigua ciudad de los Duques.
Esta es la mano homogeneizadora de la civilización omniarrasadora. Lo mismo acontece en el resto de Europa. Consideremos a Suiza. Hace diez años, cada Cantón tenía su vestido nacional tan limpio y fresco como era particular. Hoy, a la gente le ruboriza ponerselo. Quieren que se les confunda con los turistas extranjeros para que se les considere una nación civilizada que sigue hasta la moda. Pasemos a España. En el país del Cid, entre todas las reliquias antiguas, permanece sólo el mordiente aroma del aceite de oliva y del ajo como recordatorios de la poesía de antaño. La linda mantilla ha casi desaparecido. El orgulloso desamparado hidalgo ha dejado los rincones de las calles. Las serenatas nocturnas de los Romeos enamorados han pasado de moda y la dueña contempla el dedicarse a los derechos de las mujeres. Los miembros de la Asociación “Pureza Social” darán gracias a “Dios” por ésto, achacando el cambio a las reformas cristianas y morales de la civilización. Sin embargo, la moralidad española ¿ha ganado algún beneficio al desaparecer los enamorados y las dueñas nocturnas? Tenemos todo el derecho en decir que no. Un Don Juan fuera de casa es menos peligroso que uno dentro de casa. En España, la inmoralidad está medrando como siempre, si no más y debe ser así especialmente cuando, aún la revista “Harper’s Guide Book” menciona: “En todas las clases, particularmente la alta, la moralidad se encuentra en un estado de degrado. Los velos se hacen a un lado, las serenatas escasean, sin embargo la galantería y la trama son tan profusas como siempre. Los hombres casi ignoran sus obligaciones matrimoniales y las mujeres son víctimas condescendientes de una galantería descarada.” (España, “Madrid” página 678). En ésto, España es equiparable a todos los demás países civilizados o que están civilizándose y seguramente su condición no es peor que la de muchas otras naciones que podríamos nominar. Sin embargo, es posible afirmar que, en verdad, cuanto ha perdido en poesía a través de la civilización, lo ha ganado en hipocresía y en una moralidad libertina. El Cortejo se ha convertido en el petit crevé, las castañuelas están silenciosas porque, acaso, el ruido de las botellas de champán que se abren, proporciona más excitación a la nación en su rápido proceso de civilización. Las Andalusas con la epidermis color oliva, al usar los cosméticos y el polvo para la cara parecen que hayan sido sepultadas con Alfred de Musset. En realidad, los dioses han sido propicios con Alhambra, permitiéndole quemarse antes de que las orgias de embriagados desvirtuaran su casta belleza morisca, como acontece con los templos entallados en piedra en la India y con las pirámides. Esta maravillosa reliquia arábiga había ya sido víctima del mejoramiento cristiano. Según la tradición y la historia de Granada, los monjes de Fernando e Isabela convirtieron Alhambra, “el palacio con flores petrificadas cuya matiz parecía a las alas seráficas,” en una mefítica carcel para ladrones y asesinos. Los especuladores modernos habrían hecho peor: contaminando con publicidad sus paredes y sus cielos taraceados de perlas, las hermosas doraduras, los estucos, los descomunales arabescos, las esculturas marmóreas, después de que los Inquisidores habían, ya una vez, cubierto el edificio con jalbegue y permitido a los guardianes de la carcel el uso de los vestíbulos de Alhambra para sus asnos y vacas. No cabe duda que, en este nivel de civilización moderna, el paroxismo de los madrileños para emular a los franceses y a los ingleses debe haber infectado toda provincia española y por lo tanto, podemos considerar muerto a este hermoso país. Un amigo presenció fiestas en las cuales los “aperitivos” se vertían cerca de la fuente marmórea de Alhambra, sobre las manchas de sangre dejadas por los desafortunados Abanceragos matados por Boabdil, mientras en la Corte de los Leones, un grupo de obreras y soldados de Granada, ejecutaron un genuino cancán parisiense. Sin embargo, éstos son simplemente signos anodinos del tiempo y de la difusión de la cultura entre las clases media y baja. Cada vez que el espíritu de emulación se apodera del corazón de una nación: las pobres clases obreras, el elemento nacional desaparece y el país está a punto de perder su individualidad y todas las cosas empeoran. ¡De qué sirve hablar con voz estentórea de los “beneficios de la civilización Cristiana”, por haber edulcorado la moral pública, refinado los hábitos y los modales, etc., etc., cuando nuestra civilización ha alcanzado todo lo contrario!
Según Burke, la civilización dependió por años de “dos principios *...+ el espíritu caballeroso y el espíritu religioso.” ¿Cuántos verdaderos caballeros hemos dejado si los comparamos, aún, con los días de la caballería semibárbara? La religión se ha convertido en hipocresía mientras actualmente, al espíritu religioso se le considera como disparate. Según se alega: la civilización “ha aniquilado el bandidaje, establecido la seguridad pública, elevado la moralidad y construido ferrocarriles que ahora constelan la superficie del globo.” ¿Verdaderamente? Analicemos, seria e imparcialmente, todos estos “beneficios” y pronto constataremos que la civilización no ha realizado nada del género. En la mejor de las hipótesis, ha colocado una nariz postiza sobre todo mal del Pasado, agregando la hipocresía y la falsa pretensión a la fealdad natural de cada uno. Si es verdadero que en algunos centros europeos civilizados, véase la perifería romana, el Bois de Boulogne parisiense o el Hampstead Heath inglés, se han liquidado a los bandidos de los itinerarios más traficados, es también una realidad que el robo ha desaparecido sólo como especialidad; ya que éste se ha convertido en una ocupación común en cada ciudad grande o pequeña. El ladrón y el degollador han simplemente cambiado su vestido y apariencia, ataviándose con la livrea de la civilización, el feo ropaje moderno.
Actualmente, en lugar de ser víctimas de un robo bajo la frondosa capa de la selva y la protección de la oscuridad, a la gente se le desvalija bajo la luz eléctrica de los bares, la protección de las leyes comerciales y las regulaciones policíacas. En lo que concierne al bandolerismo a la luz del día, la Mafia de New Orleans y la Mala Vita siciliana, obligan a los altos oficiales, a la población, a la policía y a los jurados a seguirle el juego a las bandas regularmente organizadas de asesinos, ladrones y tiranos, 2 en la rutilante “cultura” europea.
Esto muestra cuán lejos nuestra civilización haya logrado establecer la seguridad pública o la religión cristiana haya ablandado los corazones de los seres humanos, los modales y las costumbres del pasado bárbaro. A las modernas enciclopedias les encanta extenderse sobre el decaimiento de Roma y sus horrores paganos. Sin embargo, si las más recientes ediciones del “Diccionario de la Biografía Griega y Romana” fuesen suficientemente honestas en delinear un paralelo entre esos “monstruos de depravación” de la antigua civilización: Messalina, Faustina, Nerón, Commodo y la aristocracia moderna europea, discerneríamos que ésta última puede enseñar algo a los primeros, al menos en lo que atañe a la hipocresía social. Entre la “desvergonzada y bestial disolución” del Emperador Commodo y la depravación igualmente bestial de más que un “Honorable” alto oficial representante del pueblo, la única diferencia significativa es la siguiente: mientras Commodo era un miembro de todos los colegios sacerdotales del paganismo, el libertino moderno puede ser un alto feligrés de las iglesias cristianas evangélicas, un encomiado y piadoso discípulo de Moody, Sankey y así sucesivamente. El Calchas de la opereta “La Bella Helena”, no es el personaje Homírico; sino el moderno Pecksniff sacerdotal y sus seguidores. En lo que concierne a los ferrocarriles y a la “aniquilación del espacio y del tiempo,” no se ha aún pronunciado la última palabra si éstos no matan más personas en un mes que las que los bandoleros europeos solían eliminar en un año; por no hablar de la miseria y del hambre que la introducción de las maquínas a vapor y cualquier otro tipo de mecanización, ha causado a aquellos que, por años, dependían de su labor manual. Además, las víctimas de las vías férreas fallecen bajo circuntancias cuyo horror trasciende cualquier escenario que el degollador hubiese ideado. Casi diariamente, se lee de desastres ferroviarios en los cuales docenas de personas mueren “quemadas vivas en los restos incandescentes, mutiladas y aplastadas de manera irreconocible.” 3 Esto es, indudablemente, peor que los viejos bandoleros de Newgate.
Al mismo tiempo, la propagación de la civilización no ha debelado el crimen para nada, en cambio, debido al progreso científico en la química y en la física, es más difícil detectarlo y su realización es mucho más devastante ahora que jamás en el pasado. Si se habla de la civilización cristiana como el factor determinante en el mejoramiento de la moralidad, siendo la única religión ¡qué ha establecido y reconocido la Hermandad Universal! será suficiente observar los sentimientos fraternos que los cristianos americanos demuestran hacia las poblaciones autóctonas y los negros, cuya ciudadanía es la farsa de la era. Considerad el amor del anglo-indiano para el “manso hindú”, el musulmán y el budista. Mirad “como estos cristianos se aman los unos a los otros” en sus incesantes disputas legales, las calumnias y el odio recíproco de las iglesias y de las sectas. La civilización moderna y el cristianismo son el aceite y el agua: nunca se entreverarán. Las naciones que diariamente son el teatro de los crímenes más horrendos,
( 2 Consúltese “El Paraíso Del Degollador” en la revista “Edinburgh Review” de Abril 1877 y su resumen en “Pall Mall Gazzette” de 15 de Abril 1891: “El Homicidio Como Profesión.” 3 Por ejemplo, he aquí un telegrama Reuter de América, donde tales accidentes acontecen casi diariamente, el cual menciona los pormenores de un desastre ferroviario: “Uno de los vagones enganchado a un tren que transportaba cascajo con cinco obreros italianos a bordo, fue catapultado al centro de los restos y el todo se incendió. Dos de los hombres murieron en el impacto, mientras los tres restantes, aprisonados en los pecios, estaban heridos. Cuando las llamas los alcanzaron, sus gritos y gemidos eran desconsoladores. Debido a la posición del vagón y el calor intenso, los rescatadores no pudieron salvarlos y fueron forzados verlos morir lentamente, mientras las llamas los devoraban. Según consta, todas las víctimas dejan familias.”)
, no tienen ningún derecho a engreirse de su civilización; ya que se regocijan en leer las historias de los varios Tropmanns, Jack los destripadores y los caracteres más maléficos como la señora Reeves, la figura axial en el comercio de la matanza de niños, que se cree haya alcanzado las 300 víctimas, simplemente por motivos de lucro.
Estas son naciones que no sólo permiten; sino que fomentan a un Mónaco con sus huestes de suicidas, patrocinan el boxeo y las corridas de toros, deportes inútiles y crueles y hasta la vivisección indiscriminada. Además, siendo naciones que por motivaciones políticas no se atreven a abolir el comercio de esclavos de una vez por todas y embulladas por la codicia y el lucro, titubean en abrogar el tráfico de opio y whiski, prosperando sobre la miseria y el degrado indecible de millones de seres humanos, no tienen ningún derecho en llamarse ya sea cristianas o civilizadas.
En fin, una civilización que conduce únicamente a la destrucción de todo sentimiento noble y artístico en el ser humano, se merece solamente el epíteto de bárbara. Nosotros, los europeos modernos, somos vándalos tan grandes como Atila y sus hordas salvajes y quizá peores.
Consummatum est. Esta es la obra de nuestra moderna civilización cristiana y sus efectos directos. Difícilmente se podrá pretender mostrar respeto y agradecimiento a la destructora del arte, el Shylock quien, por cada fragmento de oro que entrega, exige y recibe, a cambio, una libra de carne humana en la sangre del corazón y en el sufrimiento físico y mental de las masas, en la pérdida de todo lo que es verdadero y amable.
En pocas palabras, el fin de siglo inconscientemente profético, es el fin de ciclo que se vaticinó hace mucho tiempo cuando, según dice el “Manjunâtha Sutra”:
“La Justicia habrá muerto dejando como su epígona a la Ley ciega y como su Gurú y guía al Egoísmo. Período en que las cosas y las acciones nocivas se considerarán meritorias, mientras los actos sagrados insensateces.”
Las creencias están extinguiéndose, la vida divina es artículo de burla. Diariamente, el arte y el genio, la verdad y la justicia, se inmolan sobre el insaciable altar de la era: el dinero y el lucro. Por todas partes, lo artificial remplaza lo real, lo falso sustituye lo verdadero. En la superficie de la madre naturaleza no se ha dejado, en su forma prístina, ni un valle soleado y ni un jardín sombreado. Aún ¡cuál fuente marmórea en una plaza a la moda o en un parque urbano, cuáles leones bronceados o estatuas de delfines con sus colas hacia arriba, pueden equipararse con un antiguo pozo agreste corroído por los gusanos y el tiempo y cubierto por el musgo, o un molino rural en un campo verde! ¿Cuál Arco de Triunfo podrá jamás compararse con el arco bajo de la Cueva Azul en la isla de Capri y cuál parque urbano o Champs Elysées puede eclipsar Sorrento, “el jardín natural del mundo”, la ciudad natal de Tasso?
Las antiguas civilizaciones jamás sacrificaron la Naturaleza por la especulación, pero considerándola divina, han honrado sus bellezas naturales erigiendo obras de arte que nuestra moderna civilización eléctrica nunca podrá producir, ni siquiera en sueños. La grandiosidad sublime, la tristeza funérea y la majestuosidad de las ruinas de lo templos de Pestum, que se yerguen por edades como muchos centinelas sobre el sepulcro del pasado y la esperanza remota del Futuro, entre la lazonía solitaria de las montañas de Sorrento, han inspirado más genios de los que la nueva civilización jamás producirá. Dadnos los bandoleros que un tiempo infestaban estas ruinas, más bien que las vías férreas que surcan las antiguas tumbas etruscas. Los primeros pueden tomar la bolsa y la vida de pocos, mientras las otras están minando las existencias de millones, emponzoñando con gases mefíticos el dulce soplo de aire puro. Gracias al incremento demográfico y los cambios meteorológicos, en diez años, en el siglo xx, el sur de Francia, con Niza, Cannes y hasta Engadina, puede esperar competir con la atmósfera londinense y sus neblinas.
Según se oye, la especulación está por asestar otra inicuidad contra la naturaleza: en algunas montañas mundialmente conocidas, se está contemplando la instalación de funiculares humosas, grasosa y mefíticas. Se están preparando para aparecer furtivamente como muchos reptiles horribles que eruptan fuego sobre el inmaculado cuerpo del Jungfrau, mientras un túnel ferroviario está por perforar el corazón de la montaña Virgen nevada, la gloria de Europa.
¿Y por qué no? La especulación ¿no ha acaso abatido los restos inestimables del Templo romano de Neptuno, para edificar sobre su cadaver colosal y columnas entalladas la actual Duana?
Entonces, ¿estamos tan equivocados en afirmar que la civilización moderna, con su Espíritu de Especulación, es el verdadero Genio de Destrucción? En tal caso, que mejor palabras dirgirle que aquellas de Burke: “Por lo general, un Espíritu de innovación es el resultado de una actitud egoísta y de vistas limitadas. La gente que nunca vuelve su mirada hacia sus ancestros, jamás pensará en la posteridad.”
H.P.B.